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Colonización y arriería
La actual población del Quindío es fruto de todo el proceso
de colonización que empezó a gestarse desde el siglo XIX, cuando familias
antioqueñas se movilizaron hacia el Viejo Caldas y el norte del Valle con el
fin de establecerse y encontrar nuevas alternativas de progreso en una región
que hasta ese entonces había estado prácticamente deshabitada y ajena al
acontecer nacional y sus distintos conflictos.
La colonización trajo consigo la fundación de muchos pueblos
y el surgimiento de la esperanza para una tierra que se creía empobrecida. La
siembra del café se convirtió en uno de los medios más importantes para iniciar
un modelo de desarrollo, que muchos años después sería promotor de toda una
industria a su alrededor.
Con la colonización surgió el fenómeno de la arriería, de
los hombres y mujeres que iniciaron el trabajo de campo en un tiempo de medios
escasos, cuando las jornadas eran arduas y extensas, y las condiciones nada
favorables. El arriero echaba sobre su espalda el peso de una carga, de una
cosecha o de un familiar que necesitaba ser transportado.
Luego se valió de las mulas, pero algunos tramos del camino
impedían su paso, por lo que de nuevo la silleta y la carga en la espalda
volvían a ser la rutina del jornalero; mientras que con el mejoramiento de los
caminos el uso y el acompañamiento de las mulas se fue masificando de manera
importante. Las mulas o bestias eran, y aún lo son en las tupidas montañas,
medio de transporte; de personas, de carga y de noticias, pues al mismo tiempo
el animal servía como herramienta para la comunicación.
De aquellas historias y largas jornadas quedó el fervor por
el trabajo. Una virtud asumida con orgullo por los arrieros de antaño y de
ahora. La arriería propició el desarrollo económico e infundió una actitud
positiva frente al trabajo, condición evidente en las personas que habitan los
pueblos del Quindío.
Los colonizadores antioqueños legaron la técnica
constructiva de la tapia pisada; el atuendo de poncho, sombrero y carriel; el
machete para abrir caminos tumbando maleza; quedó el hábito de la abundante
comida para familias numerosas. Quedó la jovialidad y la retahíla de la palabra
propias del paisa. Y claro, quedó la nominación paisa, cariñoso apócope de paisano.
La guaquería y el oro
Comprobada la existencia de grupos ancestrales, surgió en la
región el fenómeno de la guaquería, una forma de excavación de la tierra para
lograr el hallazgo de los tesoros y los vestigios que corroboran la presencia
de antiguas culturas. Tradicionalmente la guaquería se ha desarrollado de
manera rústica y clandestina, excepto los casos determinados por el estado para
permitir las excavaciones a personas u organismos que acreditan preparación y
fines científicos.
Aunque la guaquería con fines de lucro nunca fue legal, los
personajes que se dedicaron a esa actividad demostraban su conocimiento del
paisaje, del suelo y el subsuelo al lograr hallazgos de valores incalculables.
Muchos de ellos se extraviaron y otros fueron recuperados y
hoy reposan en recintos como el Museo del Oro del Banco de la República en
Bogotá y el Museo del Oro Quimbaya en Armenia.
Los excavadores, autorizados o no, determinaban a través de
elementos del subsuelo como el caliche, la existencia de tumbas, entierros,
vasijas y oro.
La guaca, un elemento de riqueza social, no fue concebida
como tal, sino como fortuna propia de los guaqueros que desaparecieron
rápidamente; de ahí que el inventario actual del tesoro Quimbaya sea
ostensiblemente muy reducido frente al que posiblemente alcanzaron a acumular
los antepasados.
Sin embargo, su importancia radica en que fue evidente la
riqueza aurífera de la región, así como la versatilidad del indígena para
convertir en magistrales figuras el oro y el barro que se le arrancaba al
suelo.
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