Costa Pacífica Colombiana
MITOS Y SUPERSTICIONES
Los Mitos y las Leyendas son una de las
costumbres más importantes del pueblo colombiano. Hacen parte de la tradición
oral de los pueblos que se encargaron de unir la fantasía con las creencias
populares, el resultado fue una serie de cuentos que han ido evolucionando a
través de los siglos.
Son fantasías que fueron tomando forma gracias
al imaginario colectivo y se han encargado de proporcionar las primeras
explicaciones no científicas de fenómenos naturales.
a Madre de Agua
Es como una ninfa de las aguas, con aspecto de
niña o de jovencita bellísima, de ojos azules pero hipnotizadores y una larga
cabellera rubia. La característica más notoria es la de llevar los piececitos
volteados hacia atrás, es decir, al contrario de cómo los tenemos los humanos,
por eso, quién encuentra sus rastros, cree seguir sus huellas, pero se
desorienta porque ella va en sentido contrario.
Cuentan los ribereños, los pescadores, los
bogas y vecinos de los grandes ríos, quebradas y lagunas, que los niños
predispuestos al embrujo de la madre de agua, siempre sueñan o deliran con una
niña bella y rubia que los llama y los invita a una paraje tapizado de flores y
un palacio con muchas escalinatas, adornado con oro y piedras preciosas.
En la época de la Conquista , en que la
ambición de los colonizadores no solo consistía en fundar poblaciones sino en
descubrir y someter tribus indígenas para apoderarse de sus riquezas, salió de
Santa Fe una expedición rumbo al río Magdalena. Los indios guías descubrieron
un poblado, cuyo cacique era una joven fornido, hermoso, arrogante y valiente,
a quien los soldados capturaron con malos tratos y luego fue conducido ante el
conquistador. Este lo abrumó a preguntas que el indio se negó a contestar, no
sólo por no entender español, sino por la ira que lo devoraba.
El capitán en actitud altiva y soberbia, para
castigar el comportamiento del nativo ordenó amarrarlo y azotarlo hasta que
confesara dónde guardaba las riquezas de su tribu, mientras tanto iría a preparar
una correría por los alrededores del sector.
La hija del avaro castellano estaba observando
desde las ventanas de sus habitaciones con ojos de admiración y amor
contemplando a aquel coloso, prototipo de una raza fuerte, valerosa y noble.
Tan pronto salió su padre, fue a rogar
enternecida al verdugo para que cesara el cruel tormento y lo pusieran en
libertad. Esa súplica, que no era una orden, no podía aceptarla el vil soldado
porque conocía perfectamente el carácter enérgico, intransigente e irascible de
su superior, más sin embargo no pudo negarse al ruego dulce y lastimero de
esa niña encantadora.
La joven española de unos quince años, de ojos
azules, ostentaba una larga cabellera dorada, que más parecía una capa de
artiseda amarilla por la finura de su pelo. La bella dama miraba ansiosamente
al joven cacique, fascinada por la estructura hercúlea de aquel ejemplar
semisalvaje.
Cuando quedó libre, ella se acercó. Con
dulzura de mujer enamorada lo atrajo y se fue a acompañarlo por el sendero,
internándose entre la espesura del bosque.
El aturdido indio no entendía aquel trato, al
verla tan cerca, él se miro en sus ojos, azules como el cielo que los cobijaba,
tranquilos como el agua de sus pesetas, puros como la florecillas de su huerta.
Ya lejos de las miradas de su padre lo detuvo
y allí lo besó apasionadamente.
Conmovida y animosa le manifestó su afecto
diciéndole: !Huyamos!, llévame contigo, quiero ser tuya.
El lastimado mancebo atraído por la belleza
angelical, rara entre su raza, accedió, la alzó intrépido, corrió, cruzo el río
con su amorosa carga y se refugió en el bohío de otro indio amigo suyo, quien
la acogió fraternalmente, le suministro materiales para la construcción de su
choza y les proporcionó alimentos. Allí vivieron felices y tranquilos. La
llegada del primogénito les ocasionó más alegría.
Una india vecina, conocedora del secreto de la
joven pareja y sintiéndose desdeñada por el indio, optó por vengarse: escapó a
la fortaleza a informar al conquistador el paradero de su hija. Excitado y violento
el capitán, corrió al sitio indicado por la envidiosa mujer a desfogar su ira
como veneno mortal. Ordenó a los soldados amarrarlos al tronco de un caracolí
de la orilla del río. Entretanto, el niño le era arrebatado brutalmente de los
brazos de su tierna madre.
El abuelo le decía al pequeñín: "morirás
indio inmundo, no quiero descendientes que manchen mi nobleza, tu no eres de mi
estirpe, furioso se lo entregó a un soldado para que lo arrojase a la
corriente, ante las miradas desorbitadas de sus martirizados padres, quienes
hacían esfuerzos sobrehumanos de soltarse y lanzarse al caudal inmenso a
rescatar a su hijo, pero todo fue inútil.
Vino luego el martirio del conquistador para
atormentar a su hija, humillarla y llevarla sumisa a la fortaleza. El indio fue
decapitado ante su joven consorte quien gritaba lastimeramente. Por último la
dejaron libre a ella, pero, enloquecida y desesperada por la pérdida de sus dos
amores, llamando a su hijo, se lanzo a la corriente y se ahogó.
La leyenda cuenta que en las noches tranquilas
y estrelladas se oye una canción de arrullo tierna y delicada, tal parece que
surgiera de las aguas, o se deslizara el aura cantarina sobre las espumas del
cristal.
La linda rubia que sigue buscando a su querido
hijo por los siglos de los siglos, es la MADRE DEL AGUA. La diosa o divinidad de las
aguas; o el alma atormentada de aquella madre que no ha logrado encontrar el
fruto de su amor.
Por eso, cuando la desesperación llega hasta
el extremo, la iracunda diosa sube hasta la fuente de su poderío, hace temblar
las montañas, se enlodan las corrientes tornándolas putrefactas y ocasionando
pústulas a quienes se bañen en aquellas aguas envenenadas.
Fuente: Costa Pacífica Colombiana
Fundación Taller de Arte Junior